A mi, a Diaz-Canel, la vida me fue enclaustrando en una monotonía, en una anuencia hacia los superiores, en una arrogancia desde la cual ningún súbdito puede ser el iluminado, pues la luz siempre viene de arriba.
Lo que ahora yo pueda proclamar como solución, ya fue dicho en los 60, cuando yo era aún un chicuelo, y luego en los 70, en mi adolescencia, y en los 80 en La Rectificacion de Errores, y los 90 desde el Periodo Especial, y en cada lustro de este siglo en el que seguiremos sordos pero invencibles.
Yo, desde que commencé a desenvolverme en estos medios políticos de nuestro siempre victorioso gobierno, en cada uno de sus niveles, sembré duda ideológica sobre aquellos que no me parecían del todo incondicionales a los propósitos del momento. Soy pues un hombre sin cabeza propia, atenazado en la horquilla de las circunstancias como sean definidas por el alto mando de nuestra verticalidad necesaria como trinchera de esta causa a las puertas del imperio mayor de la historia.
Si en todas estas décadas de resolución nadie más asoma una mejor cabeza, es porque hay todo un aparato para cercenarlas, para darles tapabocas y mostrarles la puerta de salida por atreverse a pensar, y pensar mejor que los que han sido seleccionados por su monocorde actitud y hoy son el linaje que a lo largo de más de 70 años, desde los preparativos para los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Cespedes por alla por 1952, para que ahora unos cuantos alumbrados se aparezcan con que hay que cambiar el modo en que se hace política en esta tierra que nos legaron centenares de proceres probados en miles de escenarios que las potencias hambrientas de cada momento han pretendido articular en su contra.
De modo que son ellos los únicos con derecho a especificar quiénes han hecho, hacen y harán política mientras vivan, y quienes tendremos el derecho a ser la continuidad de esa prerrogativa por encima de las intituciones del gobierno y de la masa de generaciones que irá madurando con el paso de los siglos hasta la definitiva construcción de una sociedad justa como la soñó Jose Marti.
Es necesario en ese largo recorrido asegurar el apoyo de ese pequeño grupo, como se hizo desde 1952, y luego para el desembarco del Granma, y luego para la victoria final coronada en las postrimerias del 58, y en cada uno de los episodios brillantes de la historia que siguió, así como de buena parte de la comunidad internacional sin renunciar al modelo estatista que regula cualquier iniciativa individual que se eleje ‘tantito asi’ de lo que los Continuadores hayamos proyectado para cada momento.
He así que dentro de esos planes todo es posible dado que en la Constitucion aprobada por nuestro pueblo hace apenas 5 años, lapidó que somos esta estructura de sociedad, con clara definición de qué le corresponde a cada estrato y todo cuanto se aparte de ese modelo quedará sepultado, sofocado por el monopolio de los medios a nuestro alcance que siempre serán preponderantes a no ser que una quinta columna pretenda abrirle paso al poder mas o menos duro del imperialismo, como pretendieron hacer con el chavismo en multiples ocaciones en los últimos 25 años. Es ese el único espejo en el que sabemos que debemos mirarnos como actualización de aquel espejo de fines de los 80 y prinicipios de los 90 que dio al traste con los proyectos gemelos de los que hoy sobreviven solo en algunos lugares de Asia y aca en nuestro Mar Caribe. No hay Fin de la Historia, sino guerreros con la voluntad requerida para alcanzar sus fines por sobre cualquier historia que pretendan contar para facilitarles la preponderancia y los medios para imponer sus modelos a ultranza.
Miren hacia atrás y observen la gesta de estos más de 70 años, vean el tronco vigoroso que logró romper cada cerco a golpe de, más que resistencia y coraje, ¡arte!, el arte perfeccionado de milenios de lucha de los que necesitan movilizar lo major del intelecto para llevar el amor por lo major del ser humano a sobrevivir los momentos mas dificiles que los elementos conjuren y sobre los que Continuaremos prevaleciendo haciendo historia, esa que invariablemente encontrará los hilos que nos conduzcan a donde el decoro de los mejores hijos de estas tierras contagiarán a los mejores hijos del resto para unidos empujar lo que quede de belleza para legarla a los que tarde o temprano vendrán a encausarle nuevos caminos para la consecución de esa justicia eterna en cada venidero crisol de la especie humana.
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